martes, 30 de noviembre de 2010

El asombro de Cortés

         

Pasear hoy por México D.F. es hacerlo por una ciudad maravillosa. Pero hace casi 500 años, cuando Hernán Cortés y sus hombres arribaron por aquellos pagos, el impacto debió ser aún mayor. Y es que la capital azteca —entonces, en sentido literal- era una urbe densamente poblada, con más de 250.00 habitantes. Tal cifra, para la época, suponía un dato a considerar. París, Bizancio o Nápoles no llegaban a los 100.00. Denominada por algunos la “Venecia del Nuevo Mundo”, ciertamente Tenochtitlán guardaba muchas similitudes con la ciudad italiana. Para empezar, su trazado urbano: canales, que sus habitantes recorrían por medio de canoas. Ello era así porque el emplazamiento de Tenochtitlán se hallaba en mitad de un lago, el Texcoco. En el centro, el recinto sagrado que englobaba edificios civiles y religiosos, sobresaliendo el Templo Mayor.
Pero era en lo cotidiano donde Tenochtitlán también maravilló a los españoles. Calzadas, diques y acueductos componían una arquitectura civil de gran nivel. En su interior, mercados ricamente surtidos debieron hacer de la capital azteca un lugar de evidente bullicio. Oro y semillas de cacao eran los medios de pago más empleados, aunque también existía el trueque. Para reponer fuerzas, nada mejor que los locales habilitados al efecto, en los que se podía degustar una gran variedad de zumos de frutas, amen de una bebida muy apreciada, hecha a base de cacao. Pero también había “farmacias”, ya que los aztecas eran diestros en la elaboración de pócimas naturales con las que aliviar toda suerte de dolencias. Parte de las plantas que utilizaban se emplean en la actualidad para la fabricación de algunos fármacos. Tenían hasta un zoológico, y como buena sociedad organizada que se precie, un nutrido cuerpo de funcionarios que velaba por el correcto funcionamiento de la administración.
La impresión debió de ser enorme. No menos de la que sentirían cuando, a unos pocos kilómetros, se dieran de bruces con el complejo de Teotihuacán. Abandonado cerca del siglo IX, sobresalen de entre otras edificaciones las Pirámides del Sol y de la Luna. Se entiende porqué los aztecas llamaron a aquel lugar “ciudad de los dioses”. Hoy, en cambio, es de todos, pues la Unesco la declaró en 1987 Patrimonio de la Humanidad. El orgullo de Quetzalcóatl, que en lengua náhuatl indica lo que repta y lo que vuela. Tierra y aire.

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