martes, 30 de noviembre de 2010

EL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA.

EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA ES EL MÁS BELLO POEMA SOBRE EL DESEO HUMANO."
   Las culturas precolombinas merecen evidentemente ser conocidas y difundidas con mayor amplitud. Hemos observado que en algunos textos de "Historia Universal de la Humanidad" ni siquiera se mencionan. ¿Acaso consideran que el hombre americano no es un ser humano?
   Estas civilizaciones existieron miles de años antes de Cristo y se han desarrollado en distintas regiones de América. No se trata desde ya de un mero problema cronológico, si no de la enorme importancia cultural que estas civilizaciones alcanzaron y que gradualmente se nos están develando. Nos encontramos en el comienzo de este largo camino de valorización americana; con la ardua y tenaz labor de los arqueólogos, antropólogos y artistas así como de escritores, historiadores, periodistas y narradores interesados en el tema y sobre todo embanderados en su deseo de conocimiento y de verdad, llegaremos a conocer y comprender con mayor amplitud y claridad la América Precolombina.
   Las excavaciones realizadas por los arqueólogos nos llenan de asombro y nos maravillan, mostrándonos a pueblos de gran sensibilidad espiritual, artística, religiosa y humanística. Lo hasta ahora arrancado a la selva que sepultó y resguardó sus ciudades, nos muestra una faceta de la humanidad poco conocida; sus calendarios, más precisos que los de uso actual, nos dan sólo una idea somera de sus profundos conocimientos matemáticos, geométricos y de astronomía. Su arquitectura, sus obras de arte, sus cerámicas nos deslumbran y nos muestran que conocían la divina proporción.
Quizás el relato más patético y real de la América Precolombina es el de Don Bernal Díaz del Castillo, soldado acompañante del conquistador Hernán Cortés, que escribió sus memorias a los 84 años, y ocupando el cargo de Consejero Municipal en América Central. Las mismas se encuentran en un enorme manuscrito del Municipio de Guatemala -asegurado con una cadena- y su escritura es clara y prolija. Del Castillo gozaba de una memoria prodigiosa, ya que podía relatar con cuantos caballos y yeguas grávidas contaba el ejército de Hernán Cortés y recordaba con lujo de detalles los nombres y apellidos de todos los soldados, además de la historia personal de cada uno.

   Los relatos están redactados con el asombro casi onírico de una visión deslumbrante, patética y a la vez real y maravillosa de un mundo no conocido, al que los historiadores han dado en llamar Nuevo Mundo; pero América no fue ni es un nuevo mundo. El hombre americano y su tierra existieron desde el momento estelar de la creación del hombre por el Ser Supremo.
   Transcribamos lo expresado por Díaz del Castillo, lo que vio el 8 de noviembre de 1519, desde la altura de 2040 metros, en la meseta de Anahuac.
   "Cuando vimos tantas ciudades y aldeas construidas sobre el agua y otras muy grandes sobre terrenos secos, quedamos asombrados y pensamos que se trataba de algo parecido a los acontecimientos relatados en el libro de "Amadis de Gaula" a causa de las grandes torres, de las pirámides y edificaciones que surgían del agua y que estaban construidas en piedra y que vimos tantas cosas tan admirables, no sabíamos que decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras muchas y veíamos todo lleno de canoas, y en la calzada muchos puentes de trecho en trecho, y por delante estaba la gran ciudad de TENOCHTITLÁN, y nosotros... no llegábamos a quinientos soldados... apenas 416, entre ellos 10 marineros, 33 ballesteros, 13 mosqueteros armados con arcabuces, además de 16 caballos y unos cañones de bronce. Desde lo alto de la montaña se vislumbraba la ciudad ambicionada, los destellos eran refulgentes, se trataba de una ciudad toda de plata y tan bella como jamás pudo soñarse. Extendíase en medio de un lago inmenso cuyas orillas se enlazaban mediante calzadas maravillosamente conservadas.
   Desde lejos podían contemplarse palacios y templos solo comparables a los que las ciudades europeas pudieran mostrar como más maravilloso. La ovalada isla sobre la que se asentaba el núcleo urbano de la ciudad, unida con tierra firme por tres avenidas convergentes hacia el centro, reunía en su ámbito a una abigarrada multitud de intensa actividad, establecida en el mayor asentamiento civilizado de la América septentrional. Desde lo alto veíamos las tres calzadas que entran en Tenochtitlán... y veíamos el agua dulce que venía de CHAPULTEPEC, de que se proveía la ciudad, y en aquellas tres calzadas, los puentes que tenían hechos de trecho en trecho... y veíamos en aquella laguna tanta multitud de canoas, unas que venían con abastecimiento y otras que volvían con cargas y mercaderías a cada casa de aquella gran ciudad, y de todas las demás ciudades que estaban pobladas en el agua, de casa a casa no se pasaba sino por unos puentes levadizos, y veíamos en aquellas ciudades cúes y adoratorios a manera de admiración. Estaba protegida por diques contra las inundaciones. Una parte de los soldados que iban con nosotros llegaron a preguntarse si todo lo que veíamos no era más que un sueño".
   En este sintético, pero patético relato, el autor expresa su asombro al ver por primera vez- junto a los demás conquistadores-, un mundo ni siquiera imaginado por el hombre llegado de otro continente; Bernal Díaz del Castillo recuerda relatos de "los cuatro libros del virtuoso caballero" donde su héroe, Amadis de Gaula, hijo de Perión y Elisena, es el vencedor victorioso en la pelea con gigantes y seres monstruosos, en una serie de episodios fantásticos. El influjo extraordinario de la obra que se editó en 1406, afloró a la mente de los conquistadores, que, asombrados, atónitos, perplejos, al ver la magnificencia de la Gran Ciudad-Estado de TENOCHTITLÁN, instantáneamente invocaron los fantásticos relatos de la famosa novela; pero lo que ellos estaban viendo no era novelesco, ni utópico, ni siquiera era un sueño, si no una maravillosa realidad, una concepción del hombre de estas tierras. Y los hombres venidos del otro lado del mar se preguntaron si su vista no los engañaba, si era un sueño, una realidad, si era verdad o mentira, ilusión o locura, otro mundo, otras tierras.
   Y tuvieron que rendirse a la evidencia, eran tierras lejanas, desconocidas para ellos; asombrados e incrédulos, se encontraron con una civilización no imaginada.
   Si pudiéramos, con los ojos de la imaginación, situarnos por un instante fugaz, junto a los conquistadores, descubriendo aquellas maravillas, ni concebidas, ni soñadas, sentiríamos una profunda emoción y nos veríamos sumergidos en un sueño intenso y lleno de magia y fantasía, de cuyo horizonte surgiría resplandeciente, humilde, arrogante, estupendamente bella y grande, un fantástico Continente: AMÉRICA.
   El descubrimiento de América tuvo dos fases; la primera fue su hallazgo por el "hombre blanco", llevada a cabo por el Almirante genovés Cristóbal Colón y, la segunda, la conquista del territorio realizada por Hernán Cortés, Pizarro y Vasco de Gama, entre otros.
   La conquista se hizo masacrando parte del pueblo aborigen, matanza que lamentablemente persistió a través de los siglos; hoy en día, continúa y el "hombre blanco", en nombre de un afán de progreso, sigue quitándole tierras al habitante de América y, lo que es peor aún, sus derechos. El Continente americano es tan rico, tan potente que despierta la codicia; ahora los conquistadores de la actualidad, no buscan el oro de sus entrañas o las joyas de sus emperadores, sino el petróleo, los fabulosos productos de su tierra ubérrima. Como en los lejanos tiempos de la conquista, no se le da participación a sus verdaderos dueños.
   La conquista produjo una ruptura cultural; se le impuso al aborigen una lengua, una religión y una cultura que le eran totalmente ajenas, se lo recluyó en las llamadas "reservas" o en zonas que los conquistadores les cedían graciosamente, como una limosna. Se creó así un apartheid para los verdaderos dueños de la tierra, mientras los intrusos se apoderaban de todas sus riquezas.
   Esta aberrante actitud aún está vigente hoy en día; a quien todo le pertenece, todo se le niega, es la única raza en el mundo que se extingue. Fue y es uno de los crímenes de lesa humanidad, del hombre contra el hombre.
Los tesoros aborígenes fueron arrancados de su sitio, trasladados como trofeos de conquista y, más tarde, instalados en museos del mundo entero. Lo que nadie pudo llevarse fue al Hombre de América; en él quedó vibrando el sello de sus viejas civilizaciones, su latente poder creativo en busca de exteriorización. Quedaron también las obras de aquellas colosales culturas cubiertas por la selva, que en la medida que se van recuperando, nos muestran sus maravillas y develan su historia.

   El descubrimiento de América cambió la faz del mundo, de su cultura, de su geografía, de su historia, de su arte; fue un catalizador que promovió cambios enormes en todas las latitudes, en especial en Europa.
   Para América y para el resto del mundo, el cosmos de estas civilizaciones, el espíritu autóctono americano marcó y sigue marcando un hito brillante que perdurará en la cultura de los pueblos hasta el último instante del último americano, o sea para siempre.

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